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Que te vaya bonito y que el viento te deje en donde tengas que estar!




Baños públicos: entre la pobreza y el tiempo  

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Saltillos, zarapes, cobijas de lana y otros textiles, mantenían ocupados a los artesanos tlaxcaltecas de lunes a viernes, el sábado se les daba la raya y entonces sí: a bañarse con Don Celedonio; el peso con cincuenta centavos que cobraba permitía que toda la familia se echara un vaporazo al menos una vez por semana.

­A la Malintzi la envuelven doce pueblos; la imponente montaña, que adorna los paisajes de Tlaxcala, lleva el nombre de “la lengua”, que en tiempos del Moctezuma Xocoyotzin ayudó al conquistador Cortés; Amaxac de Guerrero es uno de estos doce, de ahí mero era Don Cele Cruz -como lo conocían-, el dueño del único baño público que había en la región.

Era casi un ritual familiar, la gente venía para sacarse las enfermedades y el mal de ojo con el vapor; las regaderas a veces ni las ocupaban, ¿para qué? En su casa se echaban agua aunque sea a mentadas, como se dice por ahí” comenta Don Martin Cruz, el hijo de Don Celedonio que ahora atiende los baños San Juan Bautista, la herencia que el tocó por ser el hijo varón mayor.


Hace mucho era cosa de reyes

En la actualidad los baños públicos los usan desde gente humilde, como en Amaxac, hasta cargadores de La Merced en el Distrito Federal; antes eran cosa de reyes, privilegio inamovible del huey tlatoani en turno, que con aguas termales y de temazcal, creían curarse de cualquier enfermedad.

‘Los baños del Peñón’ en el Estado de México, por ejemplo, aún conservan el baño que usaba el gran Moctezuma, ese gobernante azteca que abrió las puertas de su pueblo a los conquistadores españoles.

Ubicados cerca del metro Oceanía, los baños Termales del Peñón, conservan el espíritu de sanación que tenían hace más de 500 años. El agua, proveniente de un manantial y conjunta en un pozo en el centro de los jardines espiral frente a la capilla del siglo XVII, da abasto a nueve cuartos individuales y veintitrés dobles.

Con una temperatura de 46° C, aquellos con dolor de cintura, estrés acumulado, dolores musculares, problemas en la columna, o simple deseos de relajarse, ingresan en una tina cuadrangular; tras permanecer no más de veinte minutos se acuestan sobre unas camillas que hallarán inmediatamente, ahí a descansar veinte minutos más; seis u ocho sesiones semanales como ésta y los cambios en la salud se notarán de inmediato, al menos es lo que cuenta Araceli Cornejo, una trabajadora del lugar hace cerca de un año.

“La gente me cuenta miles de historias, muchas personas creen que no, pero yo les tengo harta fe a los baños, yo por ejemplo, llegué bien mala de mi cintura y ahora ya puedo estar sentada por horas, todo el lugar en general es bien bonito, puede estar lleno y parece que no hubiera nadie”, cuenta con entusiasmo Araceli; “aunque sí, nunca falta quien cree que aquí es para bañarse, como en cualquier baño público”.

Los baños están rodeados por departamentos, por fuera pareciese cualquier edificio de casas de interés social, sin embargo ese cruce entre Avenida del Peñón y Boulevard Puerto Aéreo encierran una fuente de energía que lleva siglos cautivando a miles de personas que acuden al lugar. “Muchas personas vienen acá, no tengo la cifra diaria, pero casi todas, nomás prueban que funciona y siguen dándose sus vueltas cada ochos días” continua relatando la joven trabajadora.

Gobernadores, luchadores, políticos importantes, boxeadores, actores reconocidos, muchas son las personas que han probado las maravillas de los baños termales del peñón; pero si el estrés es demasiado, una sesión de masajes en otra área del edificio, completa el cuadro medicinal que enamora hasta los visitantes más incrédulos.

Así, cualquiera que lleve ciento veinte pesos en la bolsa, la disposición de tomar un baño de reyes, un remedio para los males y un rato de relajación, tiene las puertas abiertas de este peñón que ha visto desfilar a miles de personas y que sigue quedándose con los males, regalando a cambio fe y esperanza en la salud.


Antes necesidad, ahora corrupción

A mitad del siglo XX la ciudad de México, el centro principalmente, estaba inundado de vecindades donde la gente contaba sólo con un sanitario –que no baño- para el uso común de todos los vecinos.

Cada sábado, tocara o no, las familias de vecindades de la calle Regina o Moneda, de Isabel la Católica o cerca de La Merced, iban al baño público. Las madres cargaban en una bolsa el jabón y el estropajo con que pulirían a los pequeños, los papás también ayudaban y a la salida, de paso, se echaban su cerveza.

Ir a un baño público resultaba parte de un ritual que acompañaba la vida de los citadinos de aquel momento; antes de entrar al área general, la más común y en donde no había privacidad ni cuartos individuales, pasaban a la barbería y peluquería que se encontraba ahí mismo.

Saliendo del vapor o del baño turco, las familias iban a disfrutar de una tarde juntos, algunos acudían a ver los partidos de futbol, los más tradicionales se dirigían a catedral a oír la misa dominical y aquellos con más monedas en la bolsa se reunían para comer en alguna fonda cerca de casa.

El alto costo que implicaba tener una regadera en casa, era justificación suficiente para que cada semana se pagara una cuota –siempre menor a tener baño propio– por cada integrante de la familia; el crecimiento urbano que sufrió el país cambió le panorama de la urbe metropolitana.

Por los años setenta y ochenta las vecindades fueron abandonadas por las familias que nacieron ahí, los baños en cada casa eran día a día más comunes y menos costosos, el espíritu de ritual y unión familiar que implicaba acudir cada sábado a los baños públicos comenzó a hacerse menos frecuente.

Los costos del agua, de luz, el tiempo que implicaba tomar un baño de vapor, el cuidado en la infraestructura, la vigilancia y condiciones de salubridad que necesitaban los baños, etc. se volvían el mejor pretexto para cerrarlos.

En la actualidad son pocos los baños públicos que están en funcionamiento, sobre todo cerca de grandes mercados o de calles donde aún prevalecen vecindades habitadas, Los baños Acapulco, ubicados cerca del mercado La Merced en la calle Adolfo Gurrión, son de los pocos que siguen funcionando.

“Éste baño lleva abierto 46 años y el servicio de general que ahora cuesta cuarenta y cuatro pesos, en inicio valía dos pesos, nada más para que vean cómo han cambiado las cosas”, relata Ana González Valdez, cajera del lugar.

El lugar está en una esquina que a todas luces no parece confianza, la barbería de al lado hace recordar con nostalgia aquel uso familiar que hace 40 años seguramente tenían los baños; el mostrador es como el de cualquier supermercado, excepto por esa máquina de tickets azules, rosas y verdes, que indican el tipo de servicio que el cliente adquiere.

“Deme un general, también un jabón Palmolive, un zacate y un rastrillo” comenta un cliente que acude a quitar o por lo menos disfrazar, ese olor a cebolla que su trabajo como cargador de La Merced, le imprime todos los días.

La gente que sale de trabajar en los mercados son los clientes más frecuentes, en el discurso oficial, sin embargo “las muchachas” que laboran en las calles aledañas, ven en esos baños un lugar dónde refugiarse para cumplir su trabajo sin tener problemas con las autoridades.

“Aquí no permitimos que entren señores con muchachas menores de edad, ni tampoco señoras mayores con jovencitos, en otros baños sí, pero en este no lo permite el dueño” revela Ana, que cuenta que en 5 años trabajando ahí no ha visto que algún incidente manche el nombre de los baños, poniéndolos en la mira de las autoridades sanitarias y la delegación.

Los fines de semana son los días más concurridos de los baños Acapulco, los clientes que acuden pidiendo sobre todo un pase “para el general” se cuentan por decenas en lapsos de una hora. Hombres en su mayoría, jóvenes cargadores que traen consigo sus mandiles que delatan su trabajo, no ocupan la hora que tienen como limite para el uso de las regaderas.

Si además de retirar el olor a verdulería se quiere tomar un momento de relajación, los baños Acapulco cuentan con masajistas –todos hombres y sólo para hombres- que se encuentran dentro de los baños, independientes de la empresa, que ofrecen sus servicios, cada vez menos requeridos.

Junto al altar de la Virgen que hay tras el mostrador, las paredes son adornadas con avisos de la Cámara Nacional de la Industria de los Baños y Balnearios (CANAIBAL) donde el artículo 75 es desglosado, intentando dar una apariencia de regulación en los baños y dando cuenta de las restricciones del lugar, incluyendo la obligación de cada cliente a registrarse por seguridad antes de entrar.

“Uy no todos se registran, la gente no quiere dar su nombre, vienen a bañarse y se van, ahí dice que es obligatorio, pero nosotros no los podemos forzar” así que ese cuaderno de pastas rojas que se ubica a un costado de la caja está de sobra.

La imagen de estos sitios está deteriorada de manera generalizada, inevitable es que con escenas como la de El callejón de los milagros donde el hijo de “Don Rutilio” lo encuentra con su joven amante precisamente en un baño público, no impriman en la gente la idea de corrupción que se da ahora.

“Dame un individual” pronuncia un hombre cincuentón que como la mayoría de los clientes paga con un billete de alta denominación, tras el una joven de aspecto desaliñado, sucia y que pareciera que aun lleva entre las manos la droga que seguramente inhaló minutos antes, “¿van a entrar los dos?” –“Sí, ¿por qué?”, “Eso no se puede, ella se ve que es menor de edad” replicó Ana nerviosa, “Pero si ya me has dejado entrar antes, ahora ¿por qué no?” replicó molesta la joven.


En provincia el tiempo se detiene

Más de 50 años han pasado desde que Don Cele abrió esos primeros baños en Amaxac, el lugar se abría sólo los fines de semana y las filas de personas que esperaban turno para bañarse, permanecían de las 6 de la mañana a las 7 de la noche en que se cerraba el servicio, hoy si 50 personas acuden a tomar el servicio por semana, Don Martin Cruz, el heredero del negocio, se da por bien servido.

Reyna es hermana de Don Martin, su condición de mujer le impidió obtener beneficio del negocio familiar a la muerte del padre, sin embargo Reynaldo Moreno, “el güero Moreno” como cariñosamente le dicen sus familiares, le brindó la oportunidad de seguir en el ramo al casarse con ella pues era el dueño del segundo baño público de la zona, así todo quedaba en familia.

“Empezamos con 5 cuartos de baño, por los años ochenta tuvimos que ampliar el lugar y reforzar las calderas –que funcionan con combustóleo y chapopote- pues el negocio de las cobijas y los saltillos le dejaba a la gente el dinerito pa’ echarse su baño de vapor el día sábado”, explica el señor Moreno, añorando aquellas épocas de abundancia que ahora se vislumbran como un sueño lejano.

Trabajó al lado de su padre desde los 5 años, y aunque ahora debe dedicarse a ejercer la contaduría –su profesión real- entre semana pues “el negocio de los baños ya no da”, atender a los viejitos que acuden cada fin de semana, es algo de lo que no quiere desprenderse.

“Acá la gente venía en familia, la mayoría no tenía baño en su casa, eso era un lujo, pero venían más por el vapor que por el agua, esa podían aventársela a jicarazos aunque sea, el vapor, ese que los libraba de los males acumulados en la semana, era algo que pocos podían ofrecer, mi padre era uno”, señala don Reynaldo.

Ahora sólo tienen funcionando 8 de los 40 cuartos de baño que tienen en San Bernardino Contla la señora Reyna y su esposo, la llegada de los Chinos a Tlaxcala y la puesta en funcionamiento de negocios de cobijas de lana, más baratas que las que se hacían acá, mermaron en la economía de los habitantes que cada vez con más frecuencia abandonaron el hábito del baño de vapor sabatino.

“También el precio del petróleo y los combustibles para la caldera hace incosteable el negocio, si lo conservamos aún es por el cariño al negocio que he conocido toda mi vida, yo soy la tercer generación y para como van las cosas, la última” dice con enojo y tristeza don Reynaldo.

“Aquí se les cobra treinta pesos adultos y quince niños, y no se les pone limite de tiempo, imagínese, si de por si son pocos clientes ya, limitarlos sería casi ahuyentarlos y hundir el negocio” los pocos que siguen visitando el lugar, lo hacen por la costumbre, pero sobre todo por el amor a esa tradición familiar.

Los costos no permiten el desarrollo del negocio, la gente –ancianos en su mayoría- acuden cada vez menos a los baños públicos que aún se conservan, esos dos primeros que antes tenían filas esperando, ahora deben esperar a que el silbato de su caldera, avise a la gente de ese, todavía un pueblo, que las regaderas están listas para que se metan a bañar.

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