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Que te vaya bonito y que el viento te deje en donde tengas que estar!




Pedro Infante... el charro que no muere  

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De héroe urbano a Charro alegre y dicharachero, de borracho incorregible a seductor sinvergüenza… Así lo conoció México y así lo quiso… Pedrito, Don Pedro, Perico… el mote es lo de menos, El ídolo de Guamúchil abandonó su cuerpo hace 52 años, pero hoy día sigue vivo en el corazón de muchos mexicanos.


El número 88 de la calle Constitución en Guamúchil, Sinaloa, albergaba a la familia Infante Cruz; Delfino y Refugio dieron al mundo quince hijos, sólo nueve sobrevivieron. Pedro, el tercero, llegó a la familia el 18 de noviembre de 1917 estando ellos en Mazatlán.

Acostumbrado a las estrecheces económicas lógicas en una familia tan numerosa, Pedro aprendió varios oficios: cuando no la hacía de barbero, ayudaba al progenitor en los menesteres de carpintería, actividad que lo acompañaría toda su vida, aún en la cumbre de su carrera.

Abandonó los estudios cuando cursaba el 4to año de Primaria, lo que no impidió que durante la adolescencia se enamorará de una profesora, Guadalupe López, la mujer que le dio a su primogénita: Guadalupe Infante López, misma que quedó a cargo de su hermana mayor Conchita.

Pedro Infante fue una de las principales figuras de la época de oro del cine mexicano; también reconocido como uno de los máximos exponentes de la música ranchera, fue un hombre célebre por su talento vocal, gran actuación y notable suerte con las féminas, privilegio del que goza todavía.

Mientras Infante trabajaba en la estación de radio XML La Voz de Sinaloa, conoció a quien sería su primera esposa–la única legítima y mayor que él por 5 años-: María Luisa León. Tras dos años de noviazgo secreto, se casaron y se mudaron a la Ciudad de México, donde Pedro probaría que tenia madera de cantante, cualidad en la que sólo aquella mujer confiaba.

Cierto es que Pedro se recuerda por entrañables personajes en el cine mexicano, pero las raíces de su carrera están en la música, en la educación vocal que su esposa le daba a diario y que lo llevó a interpretar letras de autores como Alberto Cervantes, José Alfredo Jiménez, Cuco Sánchez, Rubén Fuentes o Chava Flores, siendo apenas un aprendiz.

A la par de su adiestramiento vocal, Infante aprendió a dominar varios instrumentos: violín, batería, piano y su inseparable Guamuchileña, como cariñosamente llamaba a la guitarra, ésa con la que se le vio en innumerables escenas de serenata en las salas de cine.

1939 marcó un parteaguas en la vida de un joven hombre que más tarde arrancaría los suspiros de las más correctas señoritas de la época; ese año la radiodifusora XEB le otorgó con renuencia – entendible al ser un inexperto- un contrato que le permitía cantar diario desde el teatro Juventino Rosas; tres pesos era el sueldo por noche.

La constancia del joven Pedrito, la confianza y disciplina que la esposa mostró siempre, la tenacidad que implica el deseo de cumplir un sueño, fructificaron por fin a la pareja; en 1940 la suerte comenzaba a sonreírles cuando Perico consigue trabajo en el club nocturno Waikiki y en el Hotel Reforma donde además de cantar, dirigía la Orquesta; ésta vez con un sueldo de cien pesos por actuación.

Mucha piedra tuvo que picar el ahora inmortal, su camino no se le presentó sencillo y aun cuando gozaba de extraordinario y novedoso timbre, era tan raro para el común de las “estrellas” de la época que fue difícil que un sello discográfico confiará en él. La empresa Peerless le proporcionó esa primera oportunidad en 1943, cuando “El soldado raso” se le otorgó para grabarlo como primer tema inédito en su voz.

No mucho tiempo transcurrió cuando las puertas del cine se abrieron para él; “En un burro, tres baturros” comenzó como extra, pero su galanura, un porte seductor, el entusiasmo propio de la edad y la suerte que no lo abandonó nunca, no pasaron desapercibidos para los caza talentos del séptimo arte.

El mismo año en que firma con el sello discográfico que después sería absorbido por Warner Music, la oportunidad del primer protagónico toca a la puerta de Pedro, que acepta inmediatamente poniendo el título “Cuando habla el corazón” en la historia de su prometedora carrera; paradójicamente la cinta debut del ídolo de México ostenta hasta ahora el récord como la película de menos tiempo en cartelera, exhibiéndose sólo un día en el cine Iris.

Pese al enorme cariño que Pedro sentía por María Luisa, la incapacidad de ésta para darle descendencia y la brecha en edad –que cada vez se notaba más-, aunado a la inclinación de mujeriego incorregible que acompañaría al actor hasta la muerte, alejaron a la pareja y un desfile de amores comenzaron a figurar en la vida del actor.

Su carrera estaba ya en la cima cuando Pedro -todavía casado con la señora León- conoce a Lupita Torrentera, una joven bailarina -14 años menor que él- con quien vive un tórrido romance del que Graciela Margarita, Pedro y Guadalupe Infante Torrentera quedaron como prueba.

Tiempo después aparece Irma Dorantes, a quien conoció cuando ella apenas tenia 15 años y con quien procreó a Irma Infante; fue la última mujer que se le conoció, sin embargo tras su deceso una veintena de descendientes reclamaron reconocimiento, nunca se supo cuántos de ellos portaban realmente la misma sangre que el cantante.

Tú me hiciste artista… pero yo nací aviador”, repetía constantemente Pedro a María Luisa, y es que volar fue siempre la pasión del famoso Pepe “el Toro”, tanto así que en 1940, Julián Villarreal, administrador de la compañía de Transportes Aéreos Mexicanos, SA (TAMSA) fue su primer acercamiento con ese hobbie que tan constantemente lo tuvo cerca de la muerte.

A pesar de la rápida fama que adquirió y la creciente fortuna que obtuvo, el interprete de Amorcito corazón, nunca olvidó sus orígenes ni las épocas de estrechez económica por las que pasó toda su infancia y juventud; se mostró como un hombre agradecido y generoso que auxiliaba a cuanto amigo se acerba a él; su dadivosidad no le encantaba a María Luisa, pero comprendía el espíritu alegre del actor y el amor que le profesó -a pesar de todo- la llevó a consecuentar el despilfarro del marido.

Acompañado desde entonces por grandes conjuntos musicales populares como: El Mariachi Vargas de Tecatitlán, La Orquesta de Noé Fajardo o el Trío Calaveras, José Pedro Infante Cruz -nombre real- alcanzó una popularidad inusitada, que lo mantenía en los foros de grabación musical y sets cinematográficos prácticamente todo el año.

Cien años, Tu enamorado, Mi cariñito, Carta a Eufemia, Oso Carpintero, ¿Qué te ha dado esa mujer?, Bésame mucho, Ando volando bajo, Las Mañanitas, Yo no fui, Parece que va a llover, entre muchas, muchas otras, fueron las canciones que tienen a Perico como uno de los grandes de la canción popular mexicana.

Sin duda el toparse con Ismael Rodríguez en la carrera de actuación, fue fundamental. Su de por sí ascendente trayectoria cinematográfica, tuvo un despegue importantísimo con este director, que junto con Blanca Estela Pavón, un rostro fresco y joven del cine de esa época, conformaron el trío de éxito por el que Pedro se mantiene como referencia obligada del conocedor de la escena filmográfica nacional.

Cuando lloran los valientes”(1947) fue el título con el que se inauguró ésta fórmula de triunfo, “Vuelven los García”(1947), “Nosotros los pobres”(1948), “Ustedes los ricos”(1948), “Los tres huastecos”(1948) y “La mujer que yo perdí”(1949) son las cintas que se unieron a la lista.

Yo nací para ser aviador. Debe ser hermoso morir como los pájaros, con las alas abiertas”, era algo que Pedro repetía con constancia. No pasó mucho para que el destino intentara cumplirle ese deseo al charro cantor. En 1946 tuvo un primer accidente en su avioneta. Una cicatriz en la barbilla fue el único recuerdo que le quedó de ese percance al despegar de Guasave, Sinaloa, aquella mañana.

Era un necio, todos quienes lo conocieron están de acuerdo, y el gusto por lo aviones lo llevó de nuevo al hospital en mayo de 1949. Tras 20 minutos de vuelo, la avioneta que piloteaba se desplomó. Ésta vez el escándalo fue inevitable. La compañía de la joven Guadalupe Torrentera junto a la seriedad de sus heridas no pudieron esconderse a la prensa nacional, que ya lo seguía a cada paso.

El cráneo abierto, los dolores de cabeza y la pérdida por momentos de oído y equilibrio, no lastimaron más al cantante que la noticia de que su verdadero amor platónico –como él mimsmo declaró-, la hermosa “Chorreada” de Pepe “el Toro”, la actriz Blanca Estela Pavón, falleció justamente en un avionazo acompañada de su padre y dejando un vacío enorme en la escena fílmica que le auguraba una carrera de éxito. Infante tardó mucho en reponerse –algunos dicen que nunca lo hizo- pero la vida sigue y a él aún le faltaban muchas cosas por hacer.

“Escuela de vagabundos”(1955), “Pepe el Toro”(1953), “Ahora soy rico”(1952), “Un rincón cerca del cielo”(1952), “La oveja negra”(1949), “Angelitos negros”(1948), “Los tres huastecos”(1948), “Los tres García”(1947), son algunos de los más de sesenta títulos que consolidaron la carrera de este ídolo mexicano que no vivió lo suficiente para ver los frutos de años de esfuerzo.

Mención aparte merece “Dos tipos de cuidado” (1953), que estelarizó junto a otra “estrella” del momento: Jorge Negrete. La producción que al contrario de su primer protagónico duró más de un año en cartelera, dejó claro al público aún renuente –si es que lo había- de la capacidad profesional e histriónica de Pedro Infante.

Ambos actores temían hacer la película, Negrete inseguro de estar frente a quien ostentaba tanta popularidad y dueño de una voz extraordinaria y Pedro por que se sentía intimidado al lado de quien fuera siempre su ídolo y más grande inspiración. Finalmente la grabación se llevó a cabo siendo hoy día de las cintas más reconocidas de ambos personajes populares.

Por la película “ATM, A Toda Máquina”(1951), al lado del desaparecido Luis Aguilar, a Pedro se le nombra Comandante de la Corporación de Motociclistas de Agentes de Tránsito, lo que le permite encabezar en su motocicleta el cortejo fúnebre a su gran ídolo y entrañable amigo: Jorge Negrete, que fallece ese mismo 1953 a causa de una hepatitis C contraída en su juventud.

Como si el ser cantante, actor, aviador, carpintero y hasta barbero no fuera suficiente, en 1954 Pedro se inicia como empresario, asociándose con su amigo Antonio Matouk para fundar su propia productora Matouk Films que se estrenó con la cinta “El mil amores” (1954), por supuesto, también encabezada por Infante.

Ése mismo año es reconocido como mejor actor con el premio Ariel, por la cinta “La vida no vale nada” (1954), la única estatuilla que aquél hombre recibiría en vida.

Grandes figuras acompañaron siempre al rompecorazones. Nombres como el de María Félix, Evita muñoz “Chachita”, Piporro, Luis Aguilar, Sara García, Miroslava, Jorge Negrete, Blanca Estela Pavón, Marga López, Fernando Soler, Angélica María, Fernando Soto “Mantequilla”, Silvia Derbez o Irma Dorantes, desfilan entre quienes tuvieron el placer de hacer cartel con don Pedro, como algunos lo llamaban.

Pese a que en casi todas sus películas interpretó a un simpático borracho que acostumbraba a llevar serenatas a la mujer de sus amores, Pedro Infante nunca probó una gota de alcohol. No padeció este vicio pero el de los aviones y las mujeres fueron suficientes para cavar su tumba.

La relación sentimental con María Luisa había terminado, tramitó un divorcio a espaldas de la mujer que lo ayudó en los tiempos más difíciles y se casó con Irma Dorantes. En 1959 cuando tomaba unas vacaciones en Mérida, Yucatán, junto a su joven esposa, recibió la llamada aviso de que su separación había sido revocada por una demanda de la señora León, lo que hacía inválida la unión con la Dorantes.

Era lunes de semana santa -15 de abril- y Pedro tuvo que adelantar el regreso a la Ciudad de México para arreglar el inesperado inconveniente. Llegó en motocicleta a los hangares del aeropuerto pero ningún lugar disponible había en vuelos comerciales. Seguro de su experiencia como piloto –casi 20 años- le dio la confianza de pedir comandar el Consolidated B-24 Liberator, matrícula XA KUN, que se convertiría en el último avión en sus manos.

Con una sobre carga de pescado y tela, cerca de las ocho de la mañana, el avión se desplomó –paradójicamente- en una tiendita llamada “Socorro”, causando la muerte de dos jóvenes en tierra, de su instructor Víctor Manuel Vidal Lorca, el mecánico Marcial Bautista y el mito: Pedro Infante.

Una esclava de oro que portaba siempre en la muñeca derecha y que llevaba grabado su nombre, fue la única seña que permitió reconocer a Pedro entre aquellos incinerados cadáveres. La población no podía creer que “Pedro, el grande” hubiera muerto así, que aquel "amorcito corazón, yo tengo tentación de un beso" de Pepe El Toro no volvería a escucharse nunca más. Se decretó luto nacional y su escuadrón de motoristas lo escoltaron hasta el Panteón Jardín de la Ciudad de México, donde sus restos permanecen hasta la fecha.

Sólo a 10 días de su fallecimiento la película “Pablo y Carolina” (1955) se estrenó en pantalla grande, tras ésta, “Tizoc” (1956) llegó al cine en octubre del 57 y un año más tarde “Escuela de rateros” (1956), última cinta en la que participó el actor, vio la luz también.

El Oso de Plata de Berlín 1957, y el Globo de Oro por mejor actor en “Tizoc”, fueron los premios póstumos a que Pedro se hizo acreedor como reconocimiento a su talento y homenaje a la truncada carrera.

Cuatro son las estatuas erigidas en honor del cantante: en la Cd. De México, en Mérida Yucatán, en Mazatlán, Sinaloa y por supuesto, en Guamúchil, en aquella plaza principal dónde pasó su niñez.

. La tercera es la vencida y ese accidente aéreo fue el fin de la vida de Pedrito y el inició de su estancia en el corazón de muchos mexicanos que aquél 15 de abril lo despidieron con mariachis y lágrimas y que a 52 años de su fallecimiento aún lo llaman El ídolo de México.

“Me gustaría morir volando, compadre, y que me entierren con música” decía Pedro Infante a sus amigos. La vida se lo concedió.

Acá les dejó este video. Quizá la escena más famosa de Pedro Infante en el cine -después de famoso "torito"- sea esta, la de las coplas de Jorge Bueno (Jorge Negrete) y Pedro Malo (Pedro Infante), en la inolvidable: "Dos tipos de cuidado"


Antonio López de Santa Anna: La seducción del poder, el castigo de la historia  

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“La historia es una mula que nunca para de corcovear. ¡Cuántas veces me alzó hasta las nubes para luego dejarme caer en el fuego!” Una prosa impecable, la agilidad de una narración atípica por medio de correspondencia entre los actores principales, investigación profunda y un personaje traicionado por su ambición y castigado por la historia, es lo que Enrique Serna nos presenta en El seductor de la Patria.


Crecemos con la idea de que la historia de nuestro país está dividida entre buenos y malos, entre justos e injustos, entre héroes y villanos, entre víctimas y victimarios, olvidamos que se compone simplemente de seres humanos, personas que se equivocan, que se dejan llevar por sus ambiciones y que tienen derecho a contar su historia; tal es el caso de Antonio López de Santa Anna, que a través de la pluma de Serna revela al mundo al hombre que por años fue elogiado y que termino en la más absoluta soledad y deshonra
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Tal parece que soy el culpable de todos los desastres ocurridos en los últimos 50 años, incluyendo terremotos y epidemias de cólera. Por fortuna conservo amigos fieles que han salido en mi defensa. […] pero temo que sus voces sean acalladas por la avalancha de calumnias y que los mexicanos del mañana me tomen por un canalla”


Aquel que alguna vez se hizo llamar “Alteza Serenísima”, usa la pluma de Enrique Serna para mitigar el daño a su imagen histórica, confiesa el miedo al desprestigio, el olvido y el odio de las generaciones futuras y se aventura a contar su versión de las cosas.


Con una agilidad que hace de los múltiples pasajes históricos en que Santa Anna intervino un relato divertido y detallado, el también escritor de Amores de segunda mano, desenloda al personaje “responsable de la pérdida de la mitad del territorio nacional” y nos trae a cuenta al hombre, ambicioso y capaz de traicionar, pero inteligente y astuto que se arriesgó el mismo que también dio gloria a la nación, como militar y como político.


Contextualizar los pasajes que han formado a las naciones es una forma inequívoca de tomar consciencia de los errores cometidos, conocer la historia de un pueblo como el de México en la voz de personajes tan acribillados como el de Santa Anna nos dan un panorama mucho más amplio del cómo ocurrieron o pudieron haber ocurrido las cosas, en vez de conformarnos siempre con la versión oficial. “[…] en este país se premia a las víctimas y se castiga a los vencedores”


Mención a parte merece las herramientas narrativas de que se valió el autor para transportarnos a tantos momentos trascendentales del México “Independiente”, el uso de cartas entre los personajes le da un peso de credibilidad que ningún otro tipo de narración habría logrado; la incidencia en la historia de las versiones de Iturbide, Gómez Farías, el fiel Giménez, su hijo Manuel o la misma Loló, retratan circunstancias que redondean la historia y la complementan perfecto.


Las circunstancias desde las que cuenta ésta historia abarcan años fundamentales para el país, el paso de una nación sometida a la corona española, pasar a un país “libre”, del primer imperio a la república, etc., se retratan mejor desde Santa Anna el anciano, el hombre vituperado por el pueblo que lo llevó al poder, por lo que no tiene nada que perder y le imprime un sello de verdad que el haberlo relatado el Santa Anna presidente que justifica sus actos.


“No te imaginas que triste es la vida de los ancianos. La senectud es como una locomotora que avanza en medio del desierto a marchas forzadas, mientras la temperatura del vagón se vuelve más y más sofocante”


La reivindicación de la imagen de un hombre tan duramente juzgado por la historia es el resultado final de la novela de Serna; logra interiorizar un personaje que actuó presionado por las circunstancias, aunque derivadas de malas decisiones y una desmedida ambición de poder. Actuó con dureza, como lo requiere un dictador, pero también se la jugó por un país que muchas veces juzga demasiado sin verse en el espejo de sus propios errores.


“¿Vender yo la mitad de México? ¡Por Dios! Cuándo aprenderán los mexicanitos que si este barco se hundió, no fue sólo por los errores del timonel, sino por la desidia y la torpeza de los remeros”


Bibliografía



SERNA, Enrique. El Seductor de la Patria. Ediciones Booket, México, 2008



¿Quién dice que la vida no se puede contar en imágenes?  

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¿Dónde he oído eso antes?  

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Los ojos se le cerraban de cansancio; había pasado la noche en vela redactando aquel trabajo en el que invirtió cerca de dos semanas; se sentía exhausta, casi sin fuerzas, sólo el recuerdo de él, de sus manos, de sus bromas, de sus ojos la mantenían aún en pie.


Las luces del autobús se encendieron anunciando la llegada, lo notó un par de minutos después, cuando aquel pensamiento se esfumó de golpe; tomó su mochila, la colocó sobre su hombro y bajó el par de escalones, más dormida que despierta.

Quizá los doscientos pasos, que la separaban del siguiente transporte, serían suficientes para que reaccionara… ese día en especial, habrían podido ser quinientos y aún así no habría funcionado… el sueño ya no era quien se adueñaba de su conciencia… era esa idea de olvidar lo que, paradójicamente, se tornaba más presente.

Pasaron uno, dos, tres vagones frente a ella, no tenía las fuerzas de aventarse contra aquella multitud que diariamente se peleaba por un asiento para 4 estaciones; el reloj marcaba las 6:15, no había de otra, el siguiente debía ser abordado como fuera.

El recorrido era de 40 minutos, quizá un poco más si, como de costumbre, se quedaba en medio de una estación, acumulando en los vagones el estrés, la desesperación y la molestia de quienes iban retrasados… ella no tenía sentido del tiempo, no le importaba; ese día –viernes-, no importaba no llegar a tiempo, los ojos hinchados por las lágrimas nocturnas y las ojeras producto de las constantes desveladas, no tenia que ocultarse bajo una capa de maquillaje.

El sol de la mañana alertó a esos que llevaban 20 estaciones en el subterráneo, que el destino final se acercaba; las mochilas fueron echadas al hombro, el maquillaje de esa joven que se enchinó las pestañas y se puso rubor en el camino, se cerró de pronto; aquel desesperado que constantemente veía su reloj, percatándose de los 15 minutos que tendría de retraso, se puso frente a las puertas que demoraron unos segundos en abrir.

Ella se acomodó la blusa, tomó su bolsa y al levantarse verificó que no olvidase nada en el asiento, suspiró profundamente… al menos las siguientes seis horas, algo más que su recuerdo, estaría ocupando su mente.