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Que te vaya bonito y que el viento te deje en donde tengas que estar!




El pilar más importante  

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No sé si mi familia sea exactamente un buen ejemplo de institución social. El destino es bromista y creo que la conjunción de las personas que son el núcleo de mi vida fue más azar que planeación. Quizá debería empezar como todo el mundo, contando sobre mi padre y madre, pero no puede comenzar como todos, lo que es arroz de otro costal.

En mi casa vivimos ocho personas. Mis abuelos maternos, pese al disgusto que seguro les causó, decidieron acoger a mi madre y sus cuatro hijos, dándoles techo y educación… aunque ese techo esté en Ojo de Agua, un fraccionamiento del municipio de Tecámac, Estado de México.

Ellos, Emma Román y Francisco Muñiz, son el pilar de mi familia, aunque antes y después de ellos haya también miembros fundamentales. El que se conocieran es sin duda un capricho del destino.

Ella tenía 15 años, vivía en un pueblo del estado de Guerrero, Los Sauces, y provenía de una numerosa familia con padres estrictos y dedicados a hacer pan y chocolate. Él nació 19 años antes que ella y se crió en Michoacán. Su carácter reacio y seco, formado por la dura vida del trabajo en el campo, fue quizá el factor de atracción ante una joven que comenzaba a vivir.

Dos estados distintos, una generación de edad que los separaba, pero un día, cuando ambos decidieron que la vida en provincia no llenaba sus expectativas, viajaron al Distrito Federal y sin saber lo que hallarían, se conocieron y comenzaron a contar mi historia, la de mi familia, tan sui generis como tradicional.

No son muy abiertos para platicar sobre el inicio de su relación, mi abuelo, un hombre moreno, de facciones marcadas, de tez morena acentuada por el sol que lo veía trabajar hasta el cansancio y un cabello ondulado y cano, ha opinado siempre que las cosas de pareja se tratan de la puerta de la recámara para adentro… aunque su voz es tan fuerte que la puerta cerrada no ha sido nunca impedimento para saber de las discusiones y de los arreglos.

Mi abuela en cambio, una mujer regordeta, de estatura pequeña, blanca como la leche y con una sonrisa pintada siempre en el rostro, es una romántica empedernida que quisiera contarle al mundo entero que el día que mi abuelo decidió hacerla la mujer de su vida, lo hizo al ritmo de “Motivos” y “Cielo rojo”, cantando como quizá no volvió a hacerlo nunca más.

Los detalles de la boda no creo que lo sepa nadie de sus hijos o nietos, pero las fotos que lo prueban han adornado el pasillo y estancia de la casa, desde hace 40 años en que la casa de Ojo de Agua se convirtió en el refugio de sus vidas.

Mi abuela era muy joven, pero no tardó mucho en embarazarse. Francisco Javier nació cuando ella tenía 17 años y Francisco 37. De ese embarazo no descansaron hasta completar rápido la numerosa descendencia. Un año después nació José Antonio, cuyo embarazo –relata mi abuela- fue el más tranquilo, pero que un coraje a los siete meses de embarazo provocó un parto prematuro y complicaciones que resultaron en la parálisis cerebral del bebé.

El impacto fue grande, sobre todo para Emma que era una mujer joven y sin experiencia, pero la fortaleza de ambos les permitió salir adelante pese a que el diagnóstico era que el pequeño Tony no viviría más de ocho años. El año pasado celebramos su cumpleaños 41, porque las predicciones médicas son nada para la vida que nos da sorpresas.

A pesar de la situación delicada del segundo hijo, ellos continuaron con la labor de la formación familiar y como si no hubieran esperado más que la cuarentena, un año después nació el tercer hijo varón: Fernando. No podían ya romper con lo que era una tradición, así que un año después del tercer parto, llegó por fin la niña: Elizabeth, mi mamá.

Como era natural hubo que ponerse a trabajar muy duro. Mi abuelo llegó a la ciudad a los 20 años e ingresó a la primaria, porque en el rancho “Los ciruelos”, en Michoacán, el estudiar era un lujo que su familia no podía darse, pero que él no soltó nunca. Para cuando tenía a su familia completa, Francisco ya era un contador ejerciendo, un trabajador del Instituto Mexicano del Seguro Social.

Mi abuela, que sólo sabía de cuidar gallinas y hacer pan de muerto, decidió que lo mejor era consagrarse a criar a los hijos, como le inculcaron que debe hacer “una buena esposa”, además los cuidados que el tío Tony necesitaba, la mantenían atada a casa.

Las familias de ambos eran muy numerosas. Emma tenía ocho hermanos, de los que ella era la tercera. Francisco el mayor de siete, el único de su padre al que mataron antes de que mi abuelo naciera. Todos, aunque de entidades federativas distintas, son gente humilde, de rancho, de campo, que vinieron a la capital apoyados siempre por “el primo Francisco”, que con su trabajo sacó adelante hijos, hermanos y primos.

La vida para ellos no ha sido sencilla. Todo lo que ahora poseen es el fruto de muchos años de trabajo y dedicación. Son de un pensamiento más tradicional del que a mí me gustaría que fueran, pero el ejemplo de constancia y rectitud han formado mis ganas de salir adelante por méritos propios, con trabajo y no con favores.

Mi tío Javier, moreno y de gesto serio como mi abuelo, se convirtió en Ingeniero en Telecomunicaciones y se casó con una compañera de la carrera, Consuelo Márquez, con quien formó una familia que me regaló tres primos.

Fernando no está casado pero encontró la mujer que domara el carácter rebelde que siempre lo caracterizó. Adriana, su mujer, le dio dos hijas que son su adoración y los miembros más pequeños de mi familia.

Tony, como de cariño lo he llamado siempre, no se casará jamás pero vive con nosotros como el octavo miembro de la casa. Su inteligencia sorprende a más de uno que no logra entender como el amor que le tiene a la vida lo ha mantenido activo más tiempo del que se le pronosticaba. Estoy convencida que la casa sin él sería un desastre, pues es el encargado de mantenerla en orden y unida.

Mi mamá fue la primera en convertir en abuelos a Emma y Francisco, lo que por la juventud de ella no les causó gracia alguna… sí, yo fui esa bebé que llegó a la familia en circunstancias tan complicadas como lo ha sido siempre mi vida personal.

Mi papá, Marco Antonio Muñoz, es once años mayor que mi mamá, divorciado y con tres hijas mayores que yo a las que creo que jamás conoceré. No sé bien cómo se habrán dado las cosas, pero a juzgar por la estructura de lo que podría ser un exitoso melodrama de televisión, imagino que para nadie fue un embarazo placentero.

Mi mamá no se casó con mi papá pero continuaron juntos, tanto que de esa relación nacieron mis tres hermanos: Berenice de 19 años, Fernanda de 16 y Marco Antonio de 14. Fue hasta que nació mi hermana Berenice –la más apegada a mi mamá y quien tiene más carácter de hermana mayor- que mis padres decidieron casarse. De nada ha servido ese papel, ellos no viven juntos.

Mi mamá trabaja de secretaria en la Universidad de Tecámac. Es una mujer guapa a la que no le faltan piropos nunca. De carácter fuerte y ojos muy grandes que imponen respeto y admiración, ha sido el ejemplo de que los errores de la vida no se lamentan, se aprende de ellos y se superan.

No puedo negar que la situación ha sido compleja y a veces hasta incómoda, pero pese a los problemas que los errores de cada miembro de la familia ha cometido, el amor, el respeto, la solidaridad, el trabajo y las ganas de seguir estando juntos, ha formado el pilar más fuerte que mantiene de pie a los Muñiz.

Mis papas no viven juntos, pero como fui criada más por mis abuelos que por ellos, el ejemplo de un matrimonio estable, comprometido con la semilla que sembraron, con más de cuarenta años juntos, es la motivación mayor para querer algún día compartir un proyecto de vida en común con alguien.

¿Cómo me gustaría que fuera mi pareja? Uy… es una pregunta complicada, con una respuesta tan cambiante como las experiencias que me han ido moldeando en ese terreno. Supongo que a los 15 años mi respuesta habría sido un hombre guapo e inteligente que aceptara que nuestra hija se llamara Adriana Joshavel.

Hoy creo que necesito a un hombre que sea comprensivo y respetuoso. Alguien que tenga un proyecto de vida firme, ganas de superarse y trabajar. Un hombre con los valores suficientes que respalden los problemas que la vida siempre trae consigo. Que disfrute de un café en la mañana, que llore con una novela cursi, pero que sea fuerte con los golpes del destino.

Quiero un compañero, un cómplice, un amigo. Una persona que se equivoque siempre para que siempre pueda aprender, pero que sepa reconocer sus defectos y los acepte como contrapeso de sus virtudes. No sé qué rostro tenga ni si lo acompañará un coche, lo que sé es que ese rostro debe tener siempre una sonrisa que acoja a la familia y lo vuelva el pilar más importante.

Los últimos héroes de la península  

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El diccionario de la Real Academia Española dice que triunfar significa quedar victorioso, tener éxito en lo que se emprende; hace 30 años Yucatán tuvo 5 rostros de triunfo prácticamente al mismo tiempo.

A manera de documental, José Manuel Cravioto emprende la travesía de traer a la memoria las glorias de 5 ex boxeadores, campeones mundiales, olvidados por la patria y el mundo del pugilismo. Cuatro de ellos campeones en peso mosca y uno en mini mosca, Miguel Canto, Guty Espadas, Freddie Castillo, Juan Herrera y Lupe Madera, exponen sus historias de éxito y de olvido en el primer documental producido totalmente por la UNAM.

Con el intercalo de escenas de las peleas de los 5 hombres protagonistas, el director egresado del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos CUEC, encuentra su hilo conductor narrativo en voz del hombre que los hizo campeones, el ex entrenador Jesús Cholaín Rivero, que un día tuvo bajo su cargo a 3 campeones mundiales del boxeo mexicano y que da cuenta de la técnica boxística que estuvo a favor de la victoria de estos héroes.

Con una narrativa que incluye una crítica al olvido de quienes ponen nombre al deporte nacional, Cravioto exalta la disciplina y “el hambre de triunfo” que se conjuntó en estos 5 deportistas, cuyo empeño los llevó siempre un escalón más arriba.

El también director del documental El charro misterioso (2005), desempolvó la historia de un reportaje publicado en la revista Proceso, en donde Beatriz Pereyra, la autora, desentraña el presente de quienes durante su época de apogeo lo tuvieron todo, y ahora son dueños prácticamente del techo que los acoge y de lo más importante… la memoria de un ayer exitoso.

Iván Hernández, director de fotografía del documental, logra transmitir al espectador la nostalgia de glorias del pasado y la tristeza del olvido en el que “los últimos héroes mayas”, han permanecido durante los últimos 20 años. Regala escenas de gran representación, como aquella en que frente alas cuerdas del ring se encuentran lado a lado, Cholaín y Canto, quizá el más famoso de los protagonistas.

Mediante el recuento de sus inicios, hasta el relato de los errores que los llevaron al derroche y la miseria, el trabajo de Cravioto, enmarcado en el programa de operas primas del CUEC, deja constancia de una época dorada de un deporte que se ha dejado en el abandono, pero que hace décadas dio nombre y fama a muchos jóvenes deportistas que encontraron en él su modus vivendi.

Ayudados también por un ex comisionado del boxeo, Armando Casas y Ernesto Contreras, productores de la película, logran revivir la leyenda de hombres que por destino o casualidad, dieron nombre a Yucatán, poniéndola en el mapa del deporte mexicano como la cuna de campeones mundiales y grandes boxeadores.

“No hay nadie más solo en el mundo que un boxeador arriba del ring”, dice con nostalgia uno de ellos… Cravioto junta esas 4 soledades y las vuelve inmortales con el sello de la historia de hombres que fueron más que cinturones de victoria… hombres que son héroes.

Ficha Técnica
Los últimos héroes de la península
Productores: Ernesto Contreras y Armando Casas, Director: José Manuel Cravioto, Guión: J.M. Cravioto y Beatriz Pereyra, Productora: Universidad Nacional Autónoma de México UNAM, México, 2008. Con: Miguel Canto, Guty Espadas, Freddie Castillo, Lupe Madera y Juan Herrera.